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miércoles, 12 de marzo de 2014

La carretera de la muerte


Pablo decidió que esa noche la iba a pasar bien. Hizo algunas llamadas y quedó con sus amigos, uno de ellos iba a llevar a su novia, los pasaría a recoger a las 11 de la noche; antes, irían a tomar algo y después a bailar. La discoteca quedaba bastante alejada de la ruidosa ciudad. Para llegar allí había que tomar una carretera, que por su estructura y por su gran tránsito la llamaban “la carretera de la muerte”, muchos accidentes mortales se producían en ella. En el viaje de ida recordaron viejos tiempos, anécdotas, historias cómicas y otros recuerdos que de vez en cuando despertaban risas y bromas, hacía bastante tiempo que no organizaban una salida. 



La carretera era oscura, con la luz de los faros del auto se podía ver levemente la vegetación de sus respectivos costados. La falta de luz era tal que se podía ver el cielo colmado de estrellas, algo que no se apreciaba en la ciudad. Llegaron al lugar, el gentío no era abundante como en otras ocasiones, esto les llamo la atención y se preguntaron qué había pasado con esta discoteca que antes era tan popular. Efectivamente, al ingresar al local se dieron cuenta de que era notable la poca concurrencia, pero aun así trataron de pasarlo bien. Pablo no bebió alcohol, tenía que conducir de regreso a la ciudad, disfrutó de la música, observó a cuantas mujeres se le cruzaban por su camino, para deleite de sus ojos.






 El cansancio se instaló en el cuerpo y en la mente de Pablo, le preocupó un poco ya que la fama de la carretera le infundía respeto, no quería jugar con el destino y atraer hacia ellos la fatalidad. Así que les dijo a sus amigos que ya era hora de regresar, no sin protestas, sus amigos aceptaron el hecho. Quizás por el aturdimiento, por el cansancio o por el sueño, el viaje fue silencioso, aun así, todos hacían un gran esfuerzo para no dormirse y así evitar que Pablo lo hiciera. Sin saber por qué, la oscuridad reinante inquietó a Pablo, una agitación interna hizo que su corazón se acelerara, intentó respirar más profundamente como si inconscientemente una voz le dijera que se calmara. Sus pensamientos de repente enloquecieron, una sucesión de imágenes acudían a su mente, imágenes sin sentido pero una se instaló por unos eternos segundos en su cabeza, la imagen de un cementerio. Como si una cámara hiciese el recorrido mudo, desde la puerta, pasando por las hileras de tumbas descoloridas, hasta llegar a una sin nombre. Había una fosa que no había sido cubierta y podía verse la tierra a sus costados. La cámara imaginaria se hundía en su oscuridad profunda, no se podía ver el fondo. De repente Carolina gritó, - ¡Cuidado! -, tal advertencia lo hizo volver en sí, gracias a su habilidad logró esquivar a ese hombre que de la nada se cruzó por delante del auto, todos se alertaron. Pablo, algo asustado frenó el auto, quería ver quien era ese hombre y si se encontraba bien, pero ya no estaba, se había perdido entre la espesura de la vegetación. 


El silencio los asaltó como cual ladrón de palabras y sólo las miradas temerosas y sorprendidas hablaron en un lenguaje mudo de sonidos. Reponiéndose del susto, comentaron lo extraño que fue la escena vivida. Carolina fue quien mejor lo vio, comentó que estaba con el torso desnudo, descalzo y que llevaba un pantalón deportivo. Se preguntaron sobre qué hacia ese hombre caminando a esas horas, solo y vestido de ese modo, ya que era invierno y hacía frío. Siguieron el camino pero aún temerosos por lo que había ocurrido, especialmente Pablo que segundos antes había tenido esa imagen de muerte; se le quedó grabado en su mente ese rostro que en ningún momento se volteó para mirarles, ese rostro que no mostró ni sorpresa ni el susto propio de cualquier persona que está cerca de ser atropellada. Más bien la mirada de este hombre era perdida como si caminara desorientado. Pablo hizo este comentario y se preguntaron si a este hombre le pasaría algo, si estaba drogado, ebrio o si tendría alguna enfermedad mental que le hiciera divagar sin sentido. 5 kilómetros más adelante la oscuridad se desvaneció, las señales luminosas de la policía les indicaban que tenían que disminuir la velocidad y detenerse. Había algo de gentío, varios policías, autos estacionado al costado de la carretera y sobre todo, las luces intermitentes de los autos de la policía. Pablo se detuvo y se bajó para ver qué había sucedido un policía se le acercó y le preguntó hacia donde se dirigían, ante esta pregunta Pablo respondió amablemente que se conducían a la plaza central de la ciudad, acto seguido el policía le pidió su documentación, él obedientemente le mostró todo lo que le pedía. En el instante en que se disponía a ver la documentación de Pablo, se le acercó un compañero y le susurró algo al oído, el policía le devolvió los papeles y le dijo - ¡espere aquí unos minutos por favor! –, pero la curiosidad carcomía a Pablo e hizo caso omiso. Se acercó unos metros para ver a muchas personas que parecían ocupadas en alguna tarea, fotografiando, hablando entre ellas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca Pablo quedo consternado, el hombre que yacía tirado y sin vida era el mismo con el que se habían topado kilómetros atrás. Se dio la vuelta e hizo una señal a sus amigos para que se acercaran, se aproximaron, la misma sensación que Pablo instantes antes había padecido, les embargó, sorpresa, consternación, asombro, miedo.

 El policía que le había pedido la documentación a Pablo se percató de su proximidad al cuerpo, se dirigió hacia ellos y les gritó – ¡No pueden estar aquí! Carolina, emocionada y nerviosa le explicó – Señor, a este hombre le vimos hace quince minutos aproximadamente, kilómetros atrás, estaba caminando a la deriva-. El policía con un gesto de incredulidad les dijo – No puede ser, este hombre murió como hace una hora y media y no sabemos qué fue lo que le sucedió -. Otra vez el lenguaje reinante fue el de las miradas que se cruzaron entre ellos, reflejando la fría sensación de espanto y terror. Pasaron diez eternos minutos hasta que la policía les indico que ya se podía circular, habían recogido al cadáver. Todos subieron al auto, sin mediar palabra, el silencio se adueñó del momento, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, sólo el desconcierto y el miedo reinaban en sus corazones. Pablo volvió a tener la misma imagen pero esta vez se podía leer el nombre grabado en la lápida de esa fosa vacía: “Daniel García”. Quería volver pronto ya a su casa y descansar, sentía que lo que había sucedido era un sueño de mal gusto inculcado por el destino. Llegaron por fin a la ciudad, Pablo fue dejando a cada uno de sus amigos en sus casas y cuando él regreso a la suya, inmediatamente se acostó, quería dormir, olvidar. Al día siguiente se despertó, como cualquier domingo, se sentó, desayunó, tomó el diario, sus ojos leían y leían, deportes, economía, internacional, sección policial… “Extraña muerte de un hombre en la carretera”, “Daniel García fue hallado muerto en extrañas circunstancias esta madrugada en la carretera......



Esta historia está basada en un hecho real, ocurrido un domingo a la madrugada en el año 1998, cuando un grupo de jóvenes regresaban de una discoteca, desde la localidad de Lules hacia la capital San Miguel de Tucumán, Tucumán - Argentina.



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