Pablo decidió que esa noche la iba a pasar bien. Hizo
algunas llamadas y quedó con sus amigos, uno de ellos iba a llevar a su novia,
los pasaría a recoger a las 11 de la noche; antes, irían a tomar algo y después
a bailar. La discoteca quedaba bastante alejada de la ruidosa ciudad. Para
llegar allí había que tomar una carretera, que por su estructura y por su gran
tránsito la llamaban “la carretera de la muerte”, muchos accidentes mortales se
producían en ella. En el viaje de ida recordaron viejos tiempos, anécdotas,
historias cómicas y otros recuerdos que de vez en cuando despertaban risas y
bromas, hacía bastante tiempo que no organizaban una salida.
La carretera era
oscura, con la luz de los faros del auto se podía ver levemente la vegetación
de sus respectivos costados. La falta de luz era tal que se podía ver el cielo
colmado de estrellas, algo que no se apreciaba en la ciudad. Llegaron al lugar,
el gentío no era abundante como en otras ocasiones, esto les llamo la atención
y se preguntaron qué había pasado con esta discoteca que antes era tan popular.
Efectivamente, al ingresar al local se dieron cuenta de que era notable la poca
concurrencia, pero aun así trataron de pasarlo bien. Pablo no bebió alcohol,
tenía que conducir de regreso a la ciudad, disfrutó de la música, observó a
cuantas mujeres se le cruzaban por su camino, para deleite de sus ojos.
El
cansancio se instaló en el cuerpo y en la mente de Pablo, le preocupó un poco
ya que la fama de la carretera le infundía respeto, no quería jugar con el destino
y atraer hacia ellos la fatalidad. Así que les dijo a sus amigos que ya era
hora de regresar, no sin protestas, sus amigos aceptaron el hecho. Quizás por
el aturdimiento, por el cansancio o por el sueño, el viaje fue silencioso, aun
así, todos hacían un gran esfuerzo para no dormirse y así evitar que Pablo lo
hiciera. Sin saber por qué, la oscuridad reinante inquietó a Pablo, una
agitación interna hizo que su corazón se acelerara, intentó respirar más
profundamente como si inconscientemente una voz le dijera que se calmara. Sus
pensamientos de repente enloquecieron, una sucesión de imágenes acudían a su
mente, imágenes sin sentido pero una se instaló por unos eternos segundos en su
cabeza, la imagen de un cementerio. Como si una cámara hiciese el recorrido
mudo, desde la puerta, pasando por las hileras de tumbas descoloridas, hasta
llegar a una sin nombre. Había una fosa que no había sido cubierta y podía
verse la tierra a sus costados. La cámara imaginaria se hundía en su oscuridad
profunda, no se podía ver el fondo. De repente Carolina gritó, - ¡Cuidado! -,
tal advertencia lo hizo volver en sí, gracias a su habilidad logró esquivar a
ese hombre que de la nada se cruzó por delante del auto, todos se alertaron.
Pablo, algo asustado frenó el auto, quería ver quien era ese hombre y si se
encontraba bien, pero ya no estaba, se había perdido entre la espesura de la
vegetación.
El silencio los asaltó como cual ladrón de palabras y sólo las
miradas temerosas y sorprendidas hablaron en un lenguaje mudo de sonidos. Reponiéndose
del susto, comentaron lo extraño que fue la escena vivida. Carolina fue quien
mejor lo vio, comentó que estaba con el torso desnudo, descalzo y que llevaba
un pantalón deportivo. Se preguntaron sobre qué hacia ese hombre caminando a
esas horas, solo y vestido de ese modo, ya que era invierno y hacía frío.
Siguieron el camino pero aún temerosos por lo que había ocurrido, especialmente
Pablo que segundos antes había tenido esa imagen de muerte; se le quedó grabado
en su mente ese rostro que en ningún momento se volteó para mirarles, ese
rostro que no mostró ni sorpresa ni el susto propio de cualquier persona que
está cerca de ser atropellada. Más bien la mirada de este hombre era perdida
como si caminara desorientado. Pablo hizo este comentario y se preguntaron si a
este hombre le pasaría algo, si estaba drogado, ebrio o si tendría alguna
enfermedad mental que le hiciera divagar sin sentido. 5 kilómetros más adelante
la oscuridad se desvaneció, las señales luminosas de la policía les indicaban
que tenían que disminuir la velocidad y detenerse. Había algo de gentío, varios
policías, autos estacionado al costado de la carretera y sobre todo, las luces
intermitentes de los autos de la policía. Pablo se detuvo y se bajó para ver qué
había sucedido un policía se le acercó y le preguntó hacia donde se dirigían,
ante esta pregunta Pablo respondió amablemente que se conducían a la plaza
central de la ciudad, acto seguido el policía le pidió su documentación, él
obedientemente le mostró todo lo que le pedía. En el instante en que se
disponía a ver la documentación de Pablo, se le acercó un compañero y le
susurró algo al oído, el policía le devolvió los papeles y le dijo - ¡espere
aquí unos minutos por favor! –, pero la curiosidad carcomía a Pablo e hizo caso
omiso. Se acercó unos metros para ver a muchas personas que parecían ocupadas
en alguna tarea, fotografiando, hablando entre ellas. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca Pablo quedo consternado, el hombre que yacía tirado y sin
vida era el mismo con el que se habían topado kilómetros atrás. Se dio la
vuelta e hizo una señal a sus amigos para que se acercaran, se aproximaron, la
misma sensación que Pablo instantes antes había padecido, les embargó,
sorpresa, consternación, asombro, miedo.
El policía que le había pedido la
documentación a Pablo se percató de su proximidad al cuerpo, se dirigió hacia
ellos y les gritó – ¡No pueden estar aquí! Carolina, emocionada y nerviosa le
explicó – Señor, a este hombre le vimos hace quince minutos aproximadamente,
kilómetros atrás, estaba caminando a la deriva-. El policía con un gesto de
incredulidad les dijo – No puede ser, este hombre murió como hace una hora y
media y no sabemos qué fue lo que le sucedió -. Otra vez el lenguaje reinante
fue el de las miradas que se cruzaron entre ellos, reflejando la fría sensación
de espanto y terror. Pasaron diez eternos minutos hasta que la policía les
indico que ya se podía circular, habían recogido al cadáver. Todos subieron al
auto, sin mediar palabra, el silencio se adueñó del momento, cada uno inmerso
en sus propios pensamientos, sólo el desconcierto y el miedo reinaban en sus
corazones. Pablo volvió a tener la misma imagen pero esta vez se podía leer el
nombre grabado en la lápida de esa fosa vacía: “Daniel García”. Quería volver pronto
ya a su casa y descansar, sentía que lo que había sucedido era un sueño de mal
gusto inculcado por el destino. Llegaron por fin a la ciudad, Pablo fue dejando
a cada uno de sus amigos en sus casas y cuando él regreso a la suya,
inmediatamente se acostó, quería dormir, olvidar. Al día siguiente se despertó,
como cualquier domingo, se sentó, desayunó, tomó el diario, sus ojos leían y
leían, deportes, economía, internacional, sección policial… “Extraña muerte de
un hombre en la carretera”, “Daniel García fue hallado muerto en extrañas
circunstancias esta madrugada en la carretera......
Esta historia está basada en un hecho real, ocurrido un
domingo a la madrugada en el año 1998, cuando un grupo de jóvenes regresaban de
una discoteca, desde la localidad de Lules hacia la capital San Miguel de
Tucumán, Tucumán - Argentina.
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